Con este post, concluimos la serie acerca del I Ching. Esperamos que haya resultado de vuestro interés y que os animéis a dejarnos vuestros comentarios, dudas o sugerencias. Entre todos, ¡Podemos aprender mucho! Esperamos seguir contando con vosotros.
Desarrollo histórico del I Ching
La escritura no existía en los tiempos de Fu Hsi. Sus conocimientos y descubrimientos fueron transmitidos de generación en generación, por un período de más de diez siglos. En la época que surge la escritura en China, recibieron su primera versión documental. Pasaron más de dos mil años y durante ese tiempo tales conocimientos, ya denominados I Ching, florecieron.
En el siglo XII AC reinó en la China el tirano Chou Shin, el último Emperador de la dinastía Shang. Chou Shin fue un gobernante despótico y cruel. En esa época también vivió un hombre llamado Wên, un erudito estudioso del I Ching, que gobernaba una pequeña provincia en área remota en el oeste de la China. Wên regía su gobierno por los principios del I Ching y era amado y respetado. Cuando el pueblo finalmente se rebeló contra el tirano Chou Shin, Wên fue llamado a liderar la insurrección, quien rehusó alegando la necesidad de actuar en el marco de las leyes. Chou Shin, temeroso del prestigio e influencia de Wên, mandó hacerlo prisionero. Este último, encarcelado, se mantuvo con vida gracias a su gran popularidad.
Durante el año de 1143 AC en que estuvo confinado, Wên se dedicó al uso y estudio del I Ching. En ese entonces existían dos versiones del I Ching – Lien Sah y Gai Tsen. Durante su reclusión Wên reinterpretó los nombres de los Kua y otras partes del libro. Él también cambió el orden de los Kua establecido por Fu Hsi, dándoles el ordenamiento vigente en la actualidad. En 1122 a.C., el hijo mayor de Wên, Yu, después de denunciar públicamente al Emperador Chou Shin, se rebeló y depuso al tirano, tornándose rey. El nuevo monarca, para honrar a su padre, lo homenajeó con el título honorífico de Rey. De esta forma, Wên pasó a la historia como Rey Wên, pese a nunca haberlo sido de hecho.
Yu murió pocos años después de tornarse rey, dejando en el trono a su hijo de trece años. El inexperto joven era obviamente incapaz de gobernar, de modo que el hijo menor de Wên, de nombre Tan y conocido como Duque Chou, gobernó en su lugar. Tan, iniciado por su padre en el uso del I Ching, interpretó y registró durante su reinado el significado de las líneas individuales del I Ching.
Era el año 1109 a.C. cuando el I Ching cobró la forma bajo la cual se lo conoce hoy en día. La eficiencia del reinado de Wên y sus hijos fue tan grande que lanzó las bases para la fundación de su dinastía (Chou), que duró 800 años, siendo la más larga y prolífica de la historia de China. El Rey Wên es el marco entre el mito (Fu Shi) y la historia en el I Ching.
Siglos más tarde (VI a.C.), Confucio entra en contacto con el I Ching. A él se le atribuye la frase: «Si tuviera yo algunos años más de vida los dedicaría al estudio del I Ching, y podría así escapar de muchos y enormes errores».
Se cuenta que Confucio, usuario frecuente del gran libro, tan sólo una vez reconoció un error de juicio en el oráculo: el libro señalaba al filosofo una falla de carácter que él era incapaz de reconocer. El sabio Confucio vivió en la China feudal (550-428 a.C.), y más allá de sus colaboraciones en libros clásicos como el I Ching, dejó obras que llegaron hasta nuestra época. Entre las más conocidas están Las Analectas, La Gran Ciencia y la Doctrina de la Medianía. Confucio escribió muchos comentarios al I Ching, hoy reproducidos en otros volúmenes. Tales trabajos, hoy conocidos como las «Diez alas», son considerados como parte integrante del libro.
En 213 a.C., el emperador Huang Ti, famoso por haber sido el constructor de la Gran Muralla, ordenó una gran quema de libros. Toda la antigua literatura fue incinerada. Fueron eximidos del fuego únicamente los libros oraculares, los de medicina y agricultura. De esta forma, el I Ching, considerado un clásico oracular, quedó a salvo, llegando al presente como el libro más antiguo conocido por la humanidad.
¿El I Ching funciona?
No hay una respuesta directa a esa pregunta. Un famoso escritor contemporáneo (Norman Mailer), preguntado sobre si creía en la vida después de la muerte dijo que prefería no responder pues este era un asunto en el cual se sentiría igualmente bobo pronunciándose afirmativa o negativamente. El I Ching está en esta categoría de asuntos.
Una eminencia occidental, el psicoanalista Carl G. Jung, manifestó públicamente su creencia en los vaticinios del I Ching (e hizo uso de éste durante toda su vida). El matemático Leibniz se dedicó a estudiar los hexagramas de Fu Hsi en los cuales juzgó encontrar similaridades con el sistema binario que había descubierto y que hoy es usado por los computadores.
Freud y su grupo condenaban Jung y Reich por su misticismo; sin embargo Abraham, uno de los más próximos a Freud, estando gravemente enfermo se operó con Fliess, igualmente místico, quien determinó el día más favorable al acto quirúrgico a través de implausibles cálculos del ritmo universal, a la manera de un astrólogo.
Muchos atribuyen valor al Libro; otros tantos lo juzgan un mero libro de adivinaciones. No importa. Hay muchas formas de ver el I Ching.
Se puede creer en su valor absoluto, intrínseco; es posible, como Jung, creer que éste tiene el poder de traer desde la profundidad del inconsciente hacia la superficie de la mente el dispositivo que nos permite visualizar un problema en sus reales dimensiones y deducir los medios de tratarlo; o se puede, finalmente, ver el libro en su otra faceta: no sólo un oráculo sino también un libro de cultura y sabiduría cristalizadas a lo largo de 40 siglos. Edad por lo menos dos veces mayor que la del gran libro sagrado occidental: la Biblia.
De esta forma, como respuesta a la pregunta propuesta en el inicio, preferimos registrar las palabras de Carl Gustav Jung:
«El I Ching no ofrece pruebas ni resultados; no hace alarde de sí, ni es de fácil abordaje. Como si fuera una parte de la naturaleza, espera hasta que lo descubramos. Aquellos a quienes no agrade no tienen por qué usarlo, y quien a él se oponga no es obligado a considerarlo verdadero. Déjenlo tan sólo ir por el mundo en beneficio de otros».
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